Por Juan Carlos Meade, Director de Alianzas Estratégicas De la Secretaria de Igualdad e Inclusión
Hace un par de años, recién integrado a la Secretaría de Igualdad e Inclusión, nos encontrábamos presentando una propuesta de Sostenibilidad Social a un grupo de directivos de una empresa. Todo iba bien... hasta que uno de los financieros levantó la mano —y sí, fue una de esas veces en que te cruzas miradas con tu equipo como diciendo: “por favor que no sea una pregunta rebuscada”. Y sí que lo fue:
“¿Y esto cómo se traduce en valor para la empresa o para la gente? ¿Dónde está el retorno?”, soltó.
Y la verdad no fue una crítica ni una objeción con mala intención. De hecho, su tono era más bien curioso, hasta amigable. La mesa estaba llena de perfiles distintos: desde personas que hablan del impacto social con auténtica pasión, hasta otras que necesitan ver cifras claras antes de invertir un solo peso. Y ahí entendimos algo clave: si queríamos avanzar en esto, teníamos que aprender a hablar un mismo idioma.
Por supuesto, improvisamos una respuesta superadornada, intentando tapar el hueco, pero salimos de ahí con la tarea de encontrar cómo demostrar, con fundamentos sólidos, el valor real de nuestras propuestas.
Porque sí, ¿cómo le haces para justificar una inversión social frente a perfiles que viven entre tasas internas de retorno, KPIs financieros, profits, profits y más profits?
Ahí fue cuando nos cayó el veinte: si queríamos que los proyectos sociales dejaran de verse como “el gasto bonito” —ese que siempre es el primero en recortarse en tiempos difíciles— necesitábamos hablar en términos de generación de valor. Pasar de las buenas intenciones y los testimonios conmovedores a los datos duros. Medir, evidenciar, traducir en valor tangible lo que estábamos logrando con cada acción y sobre todo para cada quien.
Y entonces apareció Alexis, un gran elemento de mi equipo en ese entonces, con una herramienta que nos abrió otra perspectiva: el SROI, o más conocido como el Retorno Social de la Inversión.
Durante mucho tiempo, medir el éxito de un proyecto social significaba contar cuánta gente asistió, cuántos servicios se ofrecieron, o si cumplimos con el calendario. Básicamente, medíamos esfuerzo y cobertura... pero no necesariamente transformación.
Hoy eso ya no es suficiente. Las y los stakeholders —desde inversionistas hasta comunidades— exigen algo más: impacto real, visión a largo plazo, y sobre todo, sentido. El éxito ya no se mide solo en lo que hicimos, sino en lo que logramos cambiar. ¿Hubo mejoras reales en la vida de las personas? ¿Se fortaleció la comunidad? ¿Surgieron nuevas oportunidades gracias a la inversión?
Ahí es donde el SROI toma protagonismo: permite no solo contar lo que hicimos, sino demostrar, con evidencia concreta, el valor social que estamos creando o que vamos a crear.
Aunque nació en el ámbito social, hoy el SROI es una herramienta valiosísima para muchos frentes: innovación, inclusión, sostenibilidad, transformación organizacional... en fin, cualquier estrategia que pretenda dejar una huella positiva.
En nuestro caso, ha sido revelador. Por ejemplo, el caso emblemático del proyecto de aulas tecnológicas en centros comunitarios. En alianza con diferentes empresas, instalamos computadoras con internet en zonas vulnerables, buscando cerrar la brecha digital de acceso y de uso. El SROI fue de 7, es decir, por cada peso invertido se generó un valor social siete veces mayor. Un impacto claro en educación, inclusión digital y acceso a nuevas oportunidades... un resultado que, con datos en mano, nadie puede ignorar.
Otro ejemplo: En colaboración con otra empresa instalamos un ring de boxeo en un centro comunitario. Puede sonar poco convencional, pero múltiples estudios respaldan los efectos positivos de este tipo de infraestructura en zonas vulnerables: reduce conductas de riesgo, mejora la autoestima y fomenta la cohesión social. El SROI fue superior a 4. Una inversión con beneficios tangibles en salud mental y prevención de la violencia.
Cada vez más empresas están migrando de la lógica de “mitigar el daño” hacia convertirse en entidades Net Positive: aquellas que dejan un saldo positivo en la sociedad y el medio ambiente. Pero este cambio debe estar respaldado con herramientas concretas. El SROI es una de ellas.
Medir con SROI no solo justifica la inversión: orienta decisiones estratégicas, refuerza la transparencia, y genera confianza con todos los actores involucrados. Demostrar que un proyecto genera valor social fortalece también el valor empresarial. Porque una empresa que transforma positivamente, y lo puede probar, se posiciona como líder y como agente de cambio real.
Por eso, mi recomendación es clara: todos los proyectos que impulsemos deben contar con un SROI. Esta herramienta no solo nos obliga a definir con precisión nuestro impacto, sino que también nos permite hablar un mismo idioma con todas y todos los stakeholders, comunicando con claridad el valor que generamos para cada uno de ellos.
Agradezco profundamente a las empresas que han hecho posible estos proyectos de aulas tecnológicas e infraestructura tecnológica, como Banco Base, Hyundai, Banregio, Cemex, 212 Executive Search Consulting, Ternium, Softtek, Afirme, Grupo Frontera y a HEB por su valiosa aportación al proyecto del ring de boxeo.
Para conocer más sobre la metodología del SROI y su aplicación práctica, puedes visitar el sitio de Social Value UK: https://socialvalueuk.org